
Côtes du Roussillon 2019 por Hervé Bizeul
Me ha hecho falta, lo confieso, bastante tiempo para escribir esta oferta a la avanzada de la añada 2019. Sin embargo, los mostos, amigos míos, los mostos…
Empecé bastante bien, contento de explicaros la añada, el estrés hídrico de verano, las vendimias y las fermentaciones que, poco a poco, me hacían pensar en las pasarelas, los caminos que se hacen claros a medida que avanzamos. Y después llegó el confinamiento y su dosis de incertidumbre. ¿Qué pasará mañana? ¿Podemos hacer como si nada hubiera pasado, llenar la bodega de grandes botellas para los días de sol que vendrán, para las sonrisas y para compartir?
Y luego, ayer, cuando todo volvía, poco a poco, a la vida en Clos des Fées, degustamos con todo el equipo, otra vez reunidos, los vinos que se están criando. Suena un poco de Vivaldi, que siempre me transporta y voilà, os escribo. Hay alguna cosa sincera y profunda en esta música barroca, una vigorosa alegría que me toca el corazón. No he estado nunca en Venecia, y sin duda no pienso ir nunca. Porque prefiero soñar con aquella Venecia del 1727, aquella en la que a la luz de las velas Vivaldi inventó el “concerto”. Viajar en diligencia hacia Hamburgo, escuchar Telemann, vivir en el siglo de la luz… Demonios, ¡ya me perdería ahora mismo!
¿Qué deciros de esta añada 2019? Que lo peor no es nunca determinante, queridos amigos. Después de un otoño lluvioso y una primavera clásica, el 28 de junio, el fuego se abalanzó sobre el viñedo. Un episodio de canícula extrema, acompañada de un viento quemante llegado del Sahara. En Gard, la temperatura subió, hacia las 15:00 horas, hasta los 58 ºC al sol. Es como si hubieran rociado las viñas con un lanzallamas. En el Roussillon el clima avisó. Pero algunos, sin embargo, trataron el viñedo el día antes o la misma mañana. Sabiendo el día después, que ese año no vendimiarían nada. Nosotros tuvimos algunas hojas tocadas. Saber el tiempo a 10 días vista es realmente maravilloso, y el sentido común del campesino, el mejor de los maestros…
Aparte de este hecho, todo se fue desencadenando. En mayo, el tiempo refrescó de una manera repentina, casi brutal. En la meseta, las viñas florecían e “integraban” de algún modo el peligro. Tuvieron calor y después mucho frío, fue necesario, madurar. La cosecha sería precoz, a partir del 20 de agosto. Contrariamente, en las partes altas, la flor aún no había empezado, la savia volvía a circular y la viña parecía decidirse a hacer lo contrario, a no ir deprisa, a esperar, a ver lo que vendría. Finalmente, más de tres semanas de diferencia, casi un mes, en los terrenos más lejanos. Nada se vendimiaría antes del 15 de septiembre.
Nosotros empezamos los grandes vinos hacía el 10 de septiembre y, por primera vez, vendimiamos las primeras uvas blancas cuando el 60% de los tintos ya estaban en la bodega. Y algunos mourvèdre, antes que las garnachas, lo que aún sigue sorprendiéndome hoy.
Lo admito, marcada por este episodio canicular, breve pero violento, no me esperaba, al principio, la añada del siglo. Cuatro meses de canícula, ni una gota de agua, un verano abrasante. Fifty ways to leave your lover cantaba Paul Simon en 1975… como vosotros, sin duda, conocéis un cierto número de maneras de perder una historia de amor, sin, por el contrario, conocer la receta para conseguir el éxito seguro. En el vino es parecido, entonces esperé, confiado. Y qué buena idea tuve… el 12 de septiembre, 30 mm de una lluvia inesperada volvía a activar la maduración. Día tras día, los frutos pasaban de bueno a bonito, después de magnífico a excepcional. Pusimos el punto final a las vendimias el 5 de octubre. Fue largo… pero valió la pena tomárselo con calma.
En Navidad, antes de los ensamblajes, frente a los lotes de variedades puras, yo me decía a mí mismo que solo hacíamos unos mourvèdre de esta potencia y profundidad alguna vez cada 10 años; que los syrah eran el arquetipo de lo que esta variedad puede convertirse en el sur; que las garnachas tenían una fruta luminosa. Solo, a lo mejor, las cariñenas estaban un poco apagadas. Les gusta el calor, pero no en exceso.
El tiempo celoso, verano brutal, lo habéis entendido bien, las bayas de uva eran minúsculas y, por lo tanto, los rendimientos bajos. Con 600.000 hectolitros y un 40% menos en volumen, el Roussillon registró en 2019 una de sus cosechas más pequeñas. Clos des Fées no escapa a la regla y algunas cuvées pueden verse afectadas, en particular Modeste, para que no falte Sorcières.
Aquellos que acabáis de catar Sorcières 2019, tenéis una idea precisa de lo que es esta añada 2019: una fruta única, acideces en su lugar, taninos ultrafinos y finales vibrantes. Este año, los vinos “son”. Y con esto no hay suficiente. No tienen que demostrar nada, todo es justo. Degustándolos ayer, el Clos des Fées 2019 sacado de barrica nueva, me hizo pensar en aquella añada 1990, degustada en esa época con mi amiga Christine Valette. Durante el desayuno, en el jardín de rosas del Château Troplong-Mondot, ella nos decía “¿qué queréis beber amigos míos?” Ese verano solo bebimos 1990, directamente de la barrica, tanto nos atraía, nos cautivaba, nos alegraba el corazón y el alma. Los grandes vinos se ponen en su lugar inmediatamente y para siempre. Yo no sé gran cosa. Pero esto, sí que lo sé. La degustación de estos vinos, tan jóvenes, me ha transportado, de una sola vez, a la joya de mis años de juventud. Iba en bici, por los caminos de los alrededores, ¡pedaleando con todo mi corazón en la alegría de la primavera!
También, –sin ninguna duda con una cierta ligera falta de modestia que asumo plenamente este año–, el niño que llevo dentro, que protejo con cuidado, travieso, alegre y orgulloso del vino y de escribiros con toda la libertad, que tiene el placer de anunciaros que el Domaine de Clos des Fées ha hecho este 2019 uno de los vinos más grandes, tanto Sorcières (vivo, afrutado, con tensión, cautivador y misterioso), el Vieilles Vignes (con notas de cereza Burlat, presente, denso, afrutado, ahumado, fresco), el Clos des Fées (se resiste increíblemente a marcar-se por la madera, en levitación entre potencia y finura, final interminable), como La Petite Sibérie (perfilado como una espada en ataque, taninos estupefacientes en medio de boca, vino con trama, casi con nudos, único).
Hervé Bizeul y todo el equipo de Clos des Fées, a quien les debo todo, y quiénes luchan, en este momento, conmigo, contra el mildiu en estas condiciones difíciles.
P.S.: empezaba el blog de la bodega, mi diario de vendimias 2019, con esta pregunta existencial: “Y en ti, ¿qué pondría yo de mí?”.
Sin hablar de ego, buscando saber cuánto “terroir” habría, cuanto “climat”, ¿cuánto de “mí” y de mis experiencias de vida en la cosecha 2019 en mis vinos? Seis meses más tarde, no tengo ninguna respuesta segura. Pero tengo la certeza de que haciéndome todas estas preguntas los vinos progresan, lo pienso, de año en año.
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