Por Agustín Santolaya

Cada día subía con Isidro Palacios desde Logroño hasta Haro por la N232 y en el margen derecho de la carretera, entre Cenicero y San Asensio, había un viñedo que nos encantaba. Los vasos altos salían entre las lastras de arenisca, sus brazos retorcidos con el lado norte lleno de líquenes mostraban orgullosos su edad. La plantación no respondía a un marco real y se veía que, al plantar las cepas, se impuso el criterio de la disposición de las rocas. En su mayor parte eran tempranillos, aunque en las cabezadas había viuras y entre los verdes oscuros del tempranillo chispeaban algunas alegres cepas de garnacha. Las uvas eran excepcionales, claras, pequeñas, bien expuestas y aireadas. Habíamos intentado comprarlas para RODA, pero no lo conseguimos, el viticultor, tenía otros compromisos. Cada mañana íbamos siguiendo el ciclo fenológico observando los cambios de esta viña y poco a poco, sin darnos cuenta, la fuimos idealizando. Una mañana después de la vendimia de 1997 la estaban arrancando.

Esta no era una historia única, diariamente en la época posterior a la vendimia, se arrancaban verdaderas joyas vitícolas en los pueblos riojanos. Con cada viña arrancada se perdía una enorme cantidad de información genética. La gran biodiversidad de los viejos viñedos desaparecía para siempre generando uno de los grandes episodios de erosión genética de la viticultura actual.

Desde la adhesión de España a la Unión Europea sobrevolaba en el ambiente vitivinícola el concepto de la reestructuración del viñedo. Se presentaba la imagen de una viticultura española poco productiva frente a la de nuestros vecinos que era mucho más rentable. Pronto aparecieron las ayudas a los arranques de viñedos viejos y a la plantación de nuevas viñas conducidas en espaldera, con riego por goteo, mucho más homogéneas y productivas. Por supuesto era obligatorio utilizar material vegetal certificado y para estar certificado debía ser clonal. Este fue el caldo de cultivo en el que se desarrollaba la simplificación absoluta de la biodiversidad de nuestra viticultura, tanto a nivel de pérdida de variedades, que ya venía produciéndose desde hacía décadas, como a nivel intravarietal. Pero nadie pensaba en esto, sólo importaba producir uvas sanas, abundantes y con mucho grado.

Quizás sea interesante para los lectores explicar con más detalle algunos conceptos básicos de la reproducción de la vid y de los clones. Pido disculpas a los especialistas en viticultura que conocen de sobra lo que voy a contar.

Es preciso aclarar que los clones en el reino vegetal tienen poco que ver con los del reino animal.

No entraré en las modernas manipulaciones genéticas y las plantas transgénicas que a veces se emplean en el mundo de los vegetales. Me voy a referir a la clonación como la reproducción idéntica de plantas que ya existen en la naturaleza empleando métodos tradicionales de multiplicación.

Los vegetales tienen la facultad de poder reproducirse tanto sexualmente, por semillas, como asexualmente, también llamado vegetativamente, por esquejes, acodos o injertos.

En el caso de los cultivos leñosos, es muy frecuente utilizar la reproducción vegetativa, y cuando se trata de la viña, el único método empleado es éste.

La reproducción vegetativa implica siempre clonación. Consiste en coger un trozo de sarmiento (estaca) de una cepa madre, enraizarlo y obtener una nueva planta con características idénticas a su progenitor. Este sistema se emplea para multiplicar los portainjertos.

Posteriormente se selecciona una yema de un sarmiento de la variedad que queremos reproducir, se injerta sobre la planta anterior y obtenemos una planta de viña dispuesta para producir uvas.

Esta planta es doblemente clonal, sus raíces serán idénticas a la cepa madre de donde procedía la estaca y su parte aérea será idéntica a la cepa de donde se cogió la yema.

Desde que el hombre cultiva la viña anda clonando las cepas que más le agradan y desde que la filoxera vino a vivir con nosotros a finales del siglo XIX nos vemos obligados a realizar la doble clonación que he descrito.

Entonces os preguntaréis qué tiene de interesante o de novedoso hablar de una práctica que se viene realizando millones de veces cada año durante toda la historia de la viña. Voy a intentar explicarlo:

En la viticultura tradicional, el viticultor marcaba antes de la vendimia una serie de cepas que le gustaban por las características de sus uvas, por su vigor, por el momento de maduración u otras razones que eran de su agrado.

En la poda reservaba estos sarmientos, guardados en un lugar fresco y húmedo y en la época adecuada injertaba las yemas sobre los portainjertos que ya había plantado o las ponía a disposición del vivero para que le hiciera la planta que posteriormente plantaría.

Siguiendo este sistema de trabajo, cada nueva parcela estaba formada por pequeños grupos de plantas clonales, las diez o doce que proceden de una misma cepa, pero había tantos grupos distintos como plantas había seleccionado el viticultor antes de la vendimia, y además normalmente quedaban mezcladas de forma aleatoria en el nuevo viñedo.

Era prácticamente imposible que los caracteres genéticos del viñedo de un pueblo se mezclaran con el de otro, a no ser que fueran colindantes.

Como ni los viticultores, ni los viveros eran expertos seleccionadores de plantas, siempre aparecían en los viñedos algunas cepas poco productivas, cepas enfermas con virosis que daban racimos muy pequeños e incluso plantas de otras variedades diferentes a la deseada.

A medida que las técnicas de reproducción avanzaban y la viticultura se profesionalizaba, se creó la necesidad de seleccionar plantas que destacaran por sus buenas cualidades productivas, de sanidad y "a veces" por la buena calidad de sus vinos.

Una vez comprobadas las aptitudes de estas "cabezas de clon", se multiplicaron por millones.

Normalmente los encargados de llevar a cabo estas selecciones han sido los centros oficiales y han realizado este trabajo con celo y gran profesionalidad, han desestimado siempre las plantas con ciertas virosis que reducían la producción y han repartido a los viveros clones sanos, productivos y vigorosos.

En la década de los 90 la mayor parte de las plantas de viña que había en el mercado procedían de estas selecciones clonales, consiguiendo producciones homogéneas y casi siempre excesivas.

Para ilustrar esta explicación voy a utilizar el caso de nuestra variedad reina, el tempranillo.

Todos los viticultores saben que en un mismo viñedo viejo hay diferentes tempranillos, si la observación se hace sobre una zona más amplia, por ejemplo, La Rioja, los tipos diferentes son multitud. Unos son de porte erguido, otros de porte rastrero, unos tienen la hoja grande, otros pequeña, unos las tienen coriáceas y oscuras, otros blandas y claras, unos son muy vigorosos, otros de vigor reducido. Los racimos pueden ser grandes o pequeños, compactos o claros, con hombros o sin ellos, de grano pequeño o grano grueso, muy productivos o de pequeña producción, de maduración temprana o más tardía y así podría continuar describiendo notables diferencias dentro de una misma variedad.

La selección clonal y sanitaria del tempranillo se inició en La Rioja en la década del 70 y después de muchos años de un admirable trabajo se consiguieron en torno a media docena de clones sanos de calidad contrastada que se repartieron a los viveros.

Otros tres o cuatro clones procedentes de otras selecciones vinieron a completar el escuálido escuadrón que tenía encomendado preservar la variada y magnífica complejidad genética de la variedad tempranillo.

A partir del inicio de los 90, prácticamente todas las plantas de tempranillo producidas por los viveros procedían de estas selecciones. En la década de los 2000 todavía se simplificó más y solamente se reproducían tres o cuatro clones.

Cada nuevo viñedo que se plantaba con esta variedad en cualquier lugar del mundo estaba formado por plantas genéticamente iguales, y cada viñedo que se arrancaba de tempranillo viejo se llevaba con él innumerables y valiosos matices genéticos que nunca se recuperarán.

Los grandes vinos deben ser complejos y ¿dónde se obtiene mayor complejidad que en una vendimia formada por uvas con distintos matices, que broten desde lo más profundo de su información genética?

En Roda, acostumbrados a trabajar siempre con viñedos viejos, cada vez que veíamos arrancar un viñedo sentíamos como si algo de nuestra "filosofía" se fuera con él.

No podíamos soportar impasibles una pérdida continua de diversidad de la variedad que tanta satisfacción nos ha dado.

En el año 1998, espoleados por el arranque de aquella preciosa viña de Cenicero con la que comenzó esta historia, decidimos iniciar un proyecto de recuperación del máximo número posible de tipos de tempranillo, en el ámbito de cultivo de la variedad en La Rioja. Nos propusimos hacer una gran Arca de Noé en la que entrara la máxima diversidad intravarietal. Queríamos salvar la pérdida continua de información genética que estábamos padeciendo.

Apoyados por el C.D.T.I., por la Consejería de Agricultura, la Consejería de Industria del Gobierno de La Rioja y por muchos colegas, proveedores y amigos, iniciamos el proyecto.

Hicimos una relación de 33 caracteres ampelográficos para poder diferenciar entre unas plantas y otras. Marcamos una zona a explorar donde considerábamos que el tempranillo tenía su hábitat más antiguo, desde el entorno de Logroño, hasta el entorno de Haro. Incorporamos a Lidia Martinez a nuestro equipo, una especialista encargada de desarrollar este trabajo de campo. Viñedo a viñedo, pueblo a pueblo, recogimos 550 tipos distintos de tempranillo que injertamos sobre barbados de 41B en parcelas elementales de 15 plantas cada una, creando un enorme campo de germoplasma, una gran Arca de Noé donde cabían los morfotipos de tempranillo más dispares.

Los trabajos continuaron los años siguientes, comprobando que las diferencias que nos hicieron seleccionar las cepas en el viñedo viejo se mantenían en las nuevas plantas. Pero en muchas ocasiones, cuando volvíamos a buscar a las plantas madres, ya habían desaparecido.

Estábamos satisfechos por el trabajo realizado y orgullosos de ser garantes de una parte de la diversidad genética del tempranillo.

Hicimos una comprobación de la sanidad vegetal de todos los componentes del campo de germoplasma analizando las virosis más habituales y comprobamos que aproximadamente la mitad estaban libres de virus.

Con estas plantas sanas continuamos con los ensayos y año tras año, Lidia fue tomando datos y haciendo microvinificaciones de los distintos morfotipos. Las parcelas cuyas plantas tenían virosis las mantuvimos, aunque no trabajamos sobre ellas.

Una década después teníamos una nube de datos increíble y pudimos observar cómo se agrupaban por diferentes características vitícolas y enológicas. Entendimos entonces que habíamos desarrollado un trabajo muchísimo más importante del que buscábamos al inicio. Vimos con claridad que podíamos tener soluciones naturales a muchos de los problemas que nos plantea la viticultura y su entorno.

La idea de crear una Familia.

En aquel momento pensábamos que la forma de luchar contra la simplicidad de los clones era plantar muchos juntos y de hecho así hacíamos las plantaciones de aquella época. Pero se nos ocurrió que podíamos perfeccionarlo emulando las antiguas formas de selección en las que el viticultor elegía a ojo las mejores plantas de su entorno para crear su nuevo viñedo. Ahora teníamos tanta información que podíamos seleccionar las plantas según los criterios vitícolas o enológicos que quisiéramos.

Decidimos buscar los morfotipos que respondieran a una serie de características marcando unos intervalos en los valores, respecto a la producción, al tamaño de las bayas, al grado, a la acidez, al pH, a la intensidad colorante y a los polifenoles totales. Los intervalos los marcamos según el criterio de vino que teníamos en 2007. Encontramos entre todos los componentes sanos de nuestro banco de germoplasma una docena de clones que cumplían los requisitos. Pensamos que utilizándolos juntos podían ser complementarios y sinérgicos y les llamamos la Familia Roda 107, porque era la 1ª que habíamos seleccionado en 2007. El trabajo era muy similar al que hacían los antiguos viticultores, pero seleccionando entre todo el hábitat del tempranillo riojano y con muchísima información fidedigna.

Comenzamos a plantar en campo este material vegetal y pocos años después pudimos comprobar que el proyecto había sido un éxito. En catas a ciegas los vinos procedentes de las jóvenes plantaciones de la Familia Roda 107 tenían las características de los vinos de viñedos viejos: profundos, elegantes y complejos. A partir de aquí todas nuestras nuevas plantaciones las hicimos con este material. Habíamos encontrado una máquina del tiempo. Nos acercábamos al equilibrio que aportan las viejas viñas a través de viñedos jóvenes plantados con una familia de clones seleccionada por su equilibrio.

Pensamos que habíamos encontrado una posibilidad de diferenciación ante la competencia y por un tiempo guardamos este secreto, pero mientras tanto el mundo de la viticultura monoclonal se hacía cada vez más poderoso. Sólo algunos viticultores se revelaban plantando selecciones masales de sus propios viñedos.

Reflexionamos y decidimos ofrecer nuestro material vegetal al resto de viticultores interesados en la variedad tempranillo para poder luchar contra la simplicidad monoclonal. Desde entonces cada año mezclamos las yemas procedentes de nuestros campos de morfotipos que forman la Familia RODA 107, siguiendo la proporción adecuada y entregamos las yemas al vivero para que puedan poner a disposición de los viticultores y bodegueros un material vegetal diverso y lleno de matices capaz de dar vinos complejos y extraordinarios.

Las primeras plantaciones que se hicieron fuera de Bodegas Roda ya llevan años dando sus frutos y al comprobar la calidad de los vinos, cada año se agotan las plantas de la Familia Roda 107, siendo la más deseada entre los que buscan grandes tempranillos.

Pero la investigación dentro del campo de germoplasma sigue y ahora estamos trabajando en una familia de tempranillos que pueda afrontar el calentamiento global a partir de sus características genéticas, estudiando morfotipos que tienen el ciclo más largo, que producen menor graduación alcohólica y que tienen un pH más bajo.

Por otra parte, trabajamos en el estudio de una familia capaz de enfrentarse mejor a las enfermedades de madera.

Lo interesante de este trabajo es que no ha hecho nada más que empezar y nos enseña que quizás, cuando la naturaleza trae los problemas, posiblemente también trae las soluciones. Lo que ocurre es que hay que tener la curiosidad y el tiempo para buscarlas.

La Organización Internacional de la Viña y el Vino, a petición de Portugal, ha reconocido en 2019 el concepto de “material policlonal” y es posible que los Estados Miembros establezcan los cauces para que el concepto de familias de clones vuelva a recuperar una buena parte de la diversidad vitícola de la que disfrutaban nuestros antepasados.

Todavía estamos a tiempo porque quedan muchas joyas guardadas en los viejos viñedos españoles y europeos, esperando a que alguien las rescate.

Ojalá podamos sensibilizar con este artículo a los viticultores y a los bodegueros de cada rincón de España. Cuando piensen en arrancar aquel viejo viñedo que compraron o heredaron, deberían plantar unos barbados en un rincón de la nueva viña que proyecten. Antes de la última vendimia, deben dedicarle un tiempo de agradecimiento por todo lo que les ha dado durante tantas décadas y pasear por última vez entre las cepas marcando las mejores o las más singulares plantas de la viña. En la poda pueden recoger algunas yemas de cada cepa marcada y guardarlas hasta la primavera. Los barbados ya estarán esperando a ser injertados con los tesoros recuperados del viñedo arrancado. En este rincón de la nueva viña quedará el recuerdo de la historia de muchas generaciones de viticultores. Quizás hoy no tengan interés porque los vientos de las modas soplen para otro lado pero la perspectiva de los años nos enseña que cambiará el aire y volverán a ser necesarios y deseados.

Agustín Santolaya Agustín Santolaya nació en 1960 en Villamediana de Iregua (La Rioja) en el seno de una familia de viticultores-cosecheros. Actualmente está casado, tiene dos hijos y vive en el pueblo donde nació en medio de un viñedo. Desde muy joven se hizo cargo de la viticultura y de las elaboraciones del vino de la familia. Estudió Ingeniería Técnico Agrícola en la Universidad de Zaragoza y trabajó del 1983 al 1987 en el área de la meteorología, concretamente en el estudio de las tormentas de granizo, compaginando esta ocupación con la responsabilidad de la explotación vitícola familiar. Cursó el magíster de viticultura y enología desde 1988 a 1990 y ha sido profesor de viticultura en el máster de la Universidad de La Rioja durante 6 años, además de consultor libre de viticultura desde 1988 hasta 1996, participando en la creación de varios proyectos vitivinícolas en España. También ha ejercido como presidente de La Agrupación Riojana para el Progreso de la Viticultura (ARPROVI) durante 6 años. Llegó a Bodegas Roda como consultor en febrero de 1992 y, a partir de 1994, formó parte del comité de gestión de la bodega. Desde 1998 es el director general. Es Especialista Superior en Olivicultura y Elaiotécnia y creador junto con el equipo de Bodegas Roda, de los proyectos de aceites Dauro en el Empordà y de Aubocassa en Mallorca, que revolucionaron el sector del aceite de alta gama en España. Desde la creación en 2009 de Bodegas La Horra, en Ribera del Duero, es también el Director General. Allí producen los vinos Corimbo y Corimbo I. Habitualmente participa como conferenciante en foros de viticultura, enología, olivicultura y aceites, así como en programas de formación de especialistas en estos sectores.