2018 -  Una Maravilla

Un comienzo difícil, ¡y un final majestuoso! Como en otras añadas excepcionales, el año comenzó de una manera bastante triste; mucha lluvia, ataques agresivos de mildiu y granizo durante la primera mitad del año. Todo el mundo estaba un poco ansioso. En junio, el sol reapareció para permanecer generosamente con nosotros hasta el final de la estación. Los días cálidos junto con unas noches frescas en septiembre favorecieron una excelente y consistente madurez que trajo la calma en el momento de la vendimia. Que las uvas llegaran en un excelente estado sanitario a los depósitos puso fin a una época de preocupaciones. Las sonrisas volvían a la cara de todo el mundo, junto con la honda creencia de que 2018 sería una gran añada que alcanzaría la clasificación de una muy buena, quizás excelente, añada de las últimas décadas. Un vino “que se aleja de lo ordinario” y nos fascinará durante las catas en primeur

Recordando unas condiciones climáticas altos contrastes...

Registramos un déficit de agua en otoño, pero un invierno muy lluvioso contribuyó a rellenar los acuíferos hasta los niveles normales (fueron las lluvias que descargaron más cantidad de agua desde el año 2000, con 180 mm). Después de un mes de enero bastante templado (3°C por encima de la media), el tiempo frío hizo su reaparición en febrero. Fue un periodo de hibernación que permitió a las vides preservar sus fuerzas para sobrevivir a una posible futura helada.

La primavera trajo sus regulares y abundantes lluvias (+84% en marzo) y sus relativamente altas temperaturas (+2,5°C en abril, +1°C en mayo) con las que se sucedió una consistente, aunque algo tardía, brotación de las yemas (entre 5 y 6 días de retraso con lo observado en los años 2000 a 2008), además de una excelente floración. Gracias a esta climatología tan favorable y la buena disponibilidad de agua, las vides se desarrollaron a un buen ritmo. Las primeras flores aparecieron el 25 de mayo. Fue una fase rápida y coordinada entre todas las cepas; era un evento que preconizaba una buena calidad.

Pero se divisaba uno, y único, nubarrón gris en el horizonte: la combinación de un tiempo húmedo y cálido que resultó ser perfecto para que se desarrollase un agresivo ataque de mildiu, un hongo ya histórico y viejo conocido por los viticultores de Bordeaux. Hubo diferencias entre el margen derecho e izquierdo, e incluso dentro de una misma denominación y algunas zonas terminaron siendo más vulnerables que otras al avance devastador de este ataque. Durante esta estación tan dificultosa los métodos de protección jugaron un papel crucial. Afortunadamente, hoy en día la tecnología permitió a los viticultores detectar la infección fúngica en su etapa más temprana y actuar con precisión para evitar tener que tratar en exceso a las cepas.

A finales de mayo la primera granizada arrasó casi 7.000 hectáreas de viñedos en Bordeaux, y la segunda, a principios de julio, dañó las regiones de Langon-Sauternes y de Bourg y Blaye (con unas 2.000 hectáreas afectadas). En total, 10.000 hectáreas quedaron arruinadas por el granizo.

En algunas propiedades la pérdida de la cosecha provocada por estas incidencias del clima fue verdaderamente dramática, aunque también marginal, pues la producción total de toda la región de Gironde fue de 5,6 millones de hectolitros. La producción total de Bordeaux fue, de hecho, un 9% superior a la media de los últimos 5 años (Fuente: France Agrimer).

Finalmente, llegó el verano para cambiar todo el decorado. Desde ahora en adelante las condiciones climáticas del anticiclón fueron particularmente favorables para favorecer la madurez: altas temperaturas (+2,5°C en julio y agosto), un déficit hídrico del -66% en agosto y del -96% en septiembre, y una amplia fluctuación térmica. La amenaza de Botrytis quedaba definitivamente atrás. La maduración de los racimos sucedió a principios de agosto de manera precoz, rápida y homogénea. Para cuando empezara la vendimia, un generoso sol contribuyó a secar el suelo, purificar las vides, favorecer una temprana concentración de polifenoles y estimular el color y el potencial aromático de las bayas. Solamente las plantas más jóvenes acusaron un poco esta falta de agua. El resto alcanzó una madurez perfecta bajo estas condiciones tan idóneas. Los primeros racimos fueron cortados ya en la última semana de agosto.

Este gran verano vino seguido de un otoño despampanante. El sol puso a directores y equipos de buen humor. La vendimia discurrió calmadamente hasta el final de septiembre y con una cosecha que aunaba cantidad y calidad. La alternancia entre días de calor y noches de frío contribuyó a mejorar esta madurez de la fruta, aun a pesar de que los hollejos eran con frecuencia bastante gruesos. Mientras que la merlot entusiasmó desde bien pronto (se vendimió sobre el 10 de septiembre en parcelas de Pomerol y Graves), los cabernets –franc y sauvignon– dejaron a todos atónitos (y se vendimiaron sobre el 20 de septiembre). La firma de una gran añada es, sin lugar a dudas, esta consistencia en la maduración de las diferentes variedades.

Las primeras catas confirmaron el extraordinario potencial de los vinos. Los blancos, pese a este clima cálido, mantenían una agradable tensión, frescor y más que remarcable mineralidad. Y no se puede dejar de alabar a los tintos: repletos de promesas de placer, frescura, equilibrio, elegancia; vinos estructurados, poderosos y repletos de fruta. Con un color bien perceptible, destacan también por sus taninos sedosos y delicados. Esta fascinación tan profunda es resultado de una maduración bien lograda.

Bordeaux entrega una gran añada llena de encanto y misterio, extraordinaria en concentración y riqueza. Algunos ya piensan que 2018 se podrá comparar con la mítica añada de 1961; otros creen que se aproxima a la histórica de 1947; y hay quien sugiere si no estaremos delante de la “verdadera añada del siglo”. Para descubrirlo, nos veremos pronto durante la semana de cata en primeur.