Por BIVB (Bureau Interprofessionnel des Vins de Bourgogne)

La 2019 es la tercera añada más cálida en Francia en los últimos 120 años. Entre el periodo de abril a septiembre, las temperaturas aumentaron de media en 0,7 ºC, las precipitaciones disminuyeron en un 35% y se obtuvo una insolación de 230 horas.

El primer trimestre del año fue más suave de lo habitual, sobre todo los meses de febrero y marzo que fueron particularmente clementes (+2 ºC y 1,4 ºC de media respectivamente). Por el contrario, las precipitaciones brillaron por su ausencia y el trimestre acabó con un déficit hídrico de más del 30%. 

Unas temperaturas superiores a las habituales en el mes de marzo favorecieron el despertar precoz de la vegetación en los últimos días del mes, observándose desborres a principios de abril en los sectores más precoces. 

El mes de abril constó globalmente dentro de los registros habituales, pero una repentina bajada de las temperaturas a partir del día 5 del mes provocaron heladas más o menos importantes dependiendo del estado de brotación de la vegetación. A principios del mes de mayo, las temperaturas fueron más frescas de lo normal, pero remontaron a partir del día 22. Se registró una nueva bajada de temperaturas del 6 al 12 de junio, ralentizando la evolución de la floración. Aunque se empezaron a observar las primeras flores los primeros días del mes de junio, el estadio de floración avanzado no se logró hasta mediados de junio. Estas condiciones meteorológicas caóticas promovieron los fenómenos de corrimiento y millerandage, más o menos graves según el sector. La estabilidad de las temperaturas por encima de la media favoreció una buena actividad en el viñedo, observándose las primeras bayas enveradas a mediados de julio. Pero el déficit hídrico crónico desde el mes de mayo, unido a los fuertes calores, ralentizaron la evolución del envero. Las lluvias del 9 y el 11 de agosto fueron salvadoras y permitieron finalmente un buen desarrollo. Un proceso que finalizó a finales de agosto.

La maduración evolucionó a un ritmo constante, sobre todo en las variedades blancas, que iban con más retraso. La evolución de los azúcares sufrió un punto de inflexión durante los primeros días de septiembre, pero siguieron su progresión hasta alcanzar un nivel muy bueno. Sin embargo, algunos sectores, sobre todo en Yonne, se vieron afectados a causa de la falta recurrente de precipitaciones. Se temió por un déficit de acidez a causa de las altas temperaturas, pero la presencia necesaria y suficiente de ácido tartárico en los mostos permitió mantener unos valores de pH muy correctos y unos buenos equilibrios. 

Desde un punto de vista fitosanitario, solo el oídio intentó aguar la fiesta. En efecto, la enfermedad fue detectada de manera precoz sobre las hojas (a principios de mayo) y sobre los racimos (a finales de junio). Aunque la presión fue alta, sobre todo en la Côte d’Or y en Saône-et-Loire, la situación se pudo controlar a nivel general. La sequedad estival provocó carencias en potasio, dificultando en algunos casos la evolución de la maduración en aquellos sectores afectados.

La 2019 se clasifica (otra vez) entre las añadas cálidas, secas y de gran madurez.

A pesar de que la cantidad vendimiada fue escasa, sobre todo debido a los fenómenos climatológicos y a los incidentes fisiológicos, seguro que será una añada para el recuerdo.