Growers
En verano de 1994, Neil Young publicó el que es para mí su último disco genial, “Sleeps with angels”. En una época pre-internet, el disco incluía una hoja con las letras traducidas a varios idiomas europeos. Yo tenía 20 años y poco dinero. Entre tres amigos aficionados a la música, en un pacto tácito, nos repartíamos las compras de novedades, y nos las pasábamos. Muchas veces nos grabábamos una copia en cassette. Ya ha prescrito.Durante 2 semanas dispuse del disco en esta especie de préstamo. Era una gran época: mis padres se iban a pasar fuera los fines de semana y me quedaba solo en casa escuchando música y preparándome cocktails, antes de salir con los amigos. El caso es que “Sleeps with angels” me decepcionó. Competía en ese momento con CDs que me había comprado yo a principios de verano, recuerdo “Planet Waves” de Bob Dylan, “We’re only in it for the money” de Frank Zappa o el recién salido “Superunknown” de Soundgarden. Lo escuché cinco o seis veces durante esas dos semanas, y no entraba en él o él no entraba en mí. Yo ya era fan de Neil Young, pero el disco no me parecía a la altura de los increíbles trabajos que había publicado en los 70, como “Everybody knows this is nowhere”, “After the gold rush”, “Harvest”, “Zuma”, “Tonight’s the night”, “Comes a time”, “American stars and bars” o “Rust never sleeps”, ni la renovación que emprendió a partir de finales de los 80, con joyas como “Ragged glory” o “Harvest moon”. Pasadas esas dos semanas mi amigo me pidió que se lo devolviera y ni siquiera me lo copié a cassette.
No recuerdo exactamente cuál fue el momento en el que me di cuenta, quizá un mes después, pero en alguna parte de mi mente se había grabado el disco “Sleeps with angels”, con más fuerza, en cierto sentido, del que se hubiera grabado en una cinta magnética. Y empecé a echarlo de menos, y tuve que comprármelo en cuanto pude. Ahora, mientras escribo este texto, lo estoy escuchando de nuevo.
El otro día abrí una botella de Pruno 2017. Desde que en 2011 saltó a la fama con su puntuación Parker, lo he ido comprando de vez en cuando. Sigue siendo una calidad/precio inexplicable. También me ha pasado que amigos que no entienden mucho de vino, pero se dejan aconsejar en buenas tiendas, de repente un día traen una botella de Pruno a una comida en casa. El caso es que lo abrí y el primer sorbo no me dijo nada, pero lo fui tomando a lo largo del mediodía, antes de comer, lentamente mientras trabajaba, y a la tercera copa ya estaba estupendo, y al final fue una pena que la botella no hubiera sido una magnum.
Cuando, hace años, René Barbier nos invitó a un grupo de privilegiados amigos a su finca L’Espectacle, había dejado una botella del vino abierta a primera hora de la mañana, en una nevera en la caseta de las herramientas. Dijo que era un vino que no se debe tomar si no lleva por lo menos 2 horas abierto. “Hasta que no sale la rosa”, aseguró. No hace falta que diga que tomar aquella maravilla, en aquel entorno, fue algo espectacular, nunca mejor dicho.
[caption id="attachment_26880" align="aligncenter" width="304"] Foto: Rafael López-Monné[/caption]En el mundo de la música, este fenómeno tiene un nombre. A los discos que en las primeras escuchas no te dicen nada, o te gustan muy poco, se les llama growers. En el diccionario urbano donde aparecen conceptos que no son oficiales, encontramos esta definición de GROWER. En castellano se traduciría como crecedor, y hay una gran tradición de growers. Obviamente, se trata de un concepto bastante subjetivo, pero hay algunos que generan cierto consenso.
Uno de los más famosos es “Kid A” de Radiohead. Es un disco que de entrada cuesta, además, a los muchos fans que habían ido recogiendo, les resultaba desconcertante, y es que en su caso, Radiohead tenía un reto muy complicado: crear un disco que sucediera al que se considera en muchas listas el mejor disco de los 90, “OK Computer”. Quizás conscientes de haber hecho ya algo tan grande, optaron por cambiar totalmente de dirección, volcándose en la experimentación electrónica. Desde entonces, no han vuelto atrás y “Kid A” está entre lo mejor de su carrera, aunque yo tengo más cariño al siguiente, “Amnesiac”. En el mundo del vino, sin entrar en nombres, quizá lo podríamos comparar a algunos elaboradores que han cambiado radicalmente de estilo; estoy pensando en quienes han decidido abrazar la tendencia del vino natural y prácticamente renegar del pasado (y los sulfitos).
La banda americana Wilco prácticamente cuenta sus discos como growers. No hacen una música tan complicada como los Radiohead de segunda etapa, provienen del folk americano, pero tampoco tienen canciones de amor a primera escucha. Quizá una de las cosas que hace que sus discos sean menos accesibles a la primera sea la desigualdad de duración de las canciones, que oscilan desde los 2-3 minutos hasta los 15. Dos buenos discos para dejar que se abran: “Yankee Hotel Foxtrot” y “A ghost is born”.
Me sirven como ejemplo claro entre algo bueno a la primera y grower dos discos consecutivos de Van Morrison: “Astral Weeks” de 1968 y “Moondance”, de 1970. El mismo artista, pretendiendo –y consiguiendo– crear un sonido propio, algo que no se parezca a nada anterior (“Astral Weeks”, uno de los mejores discos de la historia de la humanidad) o tratando de gustarte a primera vista (“Moondance").
Otro artista que prácticamente solo sabe crear discos que crecen y crecen a cada escucha es Robert Wyatt. Recomiendo dejar tiempo a muchos de sus discos, que no son fáciles a la primera. A parte del obligatorio “Rock bottom”, también destacaría “Shleep” y “Old Rottenhat” (con este me parece que estoy bastante solo considerándolo un gran disco). Su música es tan poco directa que he leído que se acuñó el término wyatting en algunas revistas musicales británicas, refiriéndose a la gamberrada consistente en poner una canción de Robert Wyatt en una jukebox en un pub, con el objetivo de desconcertar a los presentes. Se ve que en Reino Unido las jukebox están conectadas a internet y disponen de todo el catálogo.
El ejemplo de Wyatt me sirve para reflexionar sobre lo que muchos quizá estén pensando: ¿Puede todo disco ser un grower, si le damos suficiente tiempo? Para mí, no es así (y no me refiero solo a la obra de David Bisbal). Creo que se trata básicamente de dos factores. Por una parte, la conexión estética que cada uno tenga con el artista, una especie de predisposición. Y, por otro lado, la sinceridad del artista y la habilidad para haber plasmado lo que pretendía en ese momento.
Hay artistas que me han fascinado y tienen discos que, por más que los escuche, por muchos ángulos desde los que los mire, no logro que me gusten. También hay artistas que con el tiempo han reconocido que algunos de sus discos fueron fallidos. Lou Reed llegó a recomendar a sus fans que nunca se compraran el “Metal Machine Music”. Si a alguno de los lectores de este artículo, el disco le acaba pareciendo un grower que avise. Advierto que es una hora de ruido. Curiosamente, ese mismo año, 1975, lanzó uno de sus discos más accesibles. No requiere tiempo enamorarse de “Coney Island Baby”, es una sencilla y estupenda garnacha del Montsant.
Así como hay músicos que prácticamente todo lo que publican es un grower (que en primeras escuchas no te dicen nada o te gustan muy poco) y también pasa abundantemente en algunos géneros, como el jazz o la clásica, en el mundo del vino hay una equivalencia más allá de los vinos que necesitan abrirse. Me refiero a los vinos que compras hoy y sabes que estarán mejor dentro de 10 o 20 años, como suele (o solía) pasar con los Burdeos. La única vez que he tenido tanta paciencia (de momento), fue cuando Joan Carles Ibáñez recomendó a mi mujer, como regalo por mi cumpleaños, un Penfolds Grange del 2000. Era el año 2005 cuando me lo regaló y lo abrimos en 2015. Sin palabras. Ahora tengo en la nevera un Dofí de 2006 que compré en 2009, un Avgvstvs Chardonnay 2005, un Son Negre 2007, un Sot Lefriec 2004 y un Clos Mogador 2012 que están esperando su mejor momento. De alguna manera, algunos discos requieren de esa misma fe para aspirar a disfrutarlos en plenitud.
Àlex Torío Nació en Barcelona en 1974. Después de muchos años escribiendo música y dando conciertos con su antigua banda Craab, en 2002 fichó por aquel entonces con la recién creada Sinnamon Records, debutando con el disco "Last Year’s Man”, elegido como Talento FNAC por la conocida cadena de tiendas de productos culturales. Dos años después publica “Magic Wand Side Effects”, un disco que fue considerado por la guía LaNetro como uno de los 40 más destacados a nivel internacional. En 2006, publica “The Lame Fiancée”, un disco-libro que varias publicaciones consideran entre lo mejor del año. Especialmente Rockdelux, que la ubicó como una de las 20 obras más relevantes del panorama nacional. Ese mismo año realiza conciertos en festivales como Summercase y l’Auditori de Barcelona. A lo largo de los siguientes años, trabaja en televisión, como codirector y guionista de Herois Quotidians, y cumple el sueño de tener su propio estudio, donde da forma al cuarto álbum, “Principia Mathematica” (2010), disco que se encarga de grabar y mezclar él mismo. Posteriormente publica “Ghosts of Comala” (2013) y “The Neglected Garden” (2018), que conforman una trilogía con un disco que le seguirá, actualmente en fase de grabación. Antes, ha publicado su primer disco, en català, titulado “L’home de l’any (passat)” (Discmedi, 2020). Paralelamente, trabaja como periodista en varias radios desde hace 15 años, pero desde hace 6, como es un gran aficionado al mundo del vino, dirige el programa de verano Tast Vertical de Catalunya Ràdio, dedicado a la enocultura.