La historia como recurso: el Priorat
Por Anna Figueras
Cada vez hay más interés en conocer la historia y el patrimonio del mundo del vino. El sector se beneficia de ello. El vino es cultura. El pasado legitima el presente. Da valor simbólico y suma identidad. Vincular el vino al pasado de un territorio le da carácter. La expresión “entre la tradición y la modernidad”, la encontramos a menudo. Numerosos proyectos buscan el derecho de pertenencia en las generaciones pasadas y más allá.
Este uso, y en alguna ocasión abuso, se ha incrementado con la tendencia del “storytelling” aplicado al marqueting emocional con el fin que recordemos una marca. Las historias van directas al corazón. El creciente enoturismo también necesita encontrar narraciones atractivas que llenen de contenido las visites a las bodegas.
Utilizar la historia para mercadear es muy licito, incluso pedagógico. Se le da un uso práctico a una disciplina que muchas veces ha sido menospreciada. Sin embargo, es necesario que se haga con respeto y rigor científico. No todo vale para vender vino. De la misma forma que los consumidores exigimos que, a parte del marqueting, dentro de una botella haya calidad, también tiene que haber autenticidad en el discurso cultural y de venta que lo envuelve.
Es cierto que hay una tendencia humana y, en parte comprensible, a idealizar el pasado, pero no podemos caer en ello. El desconocimiento no es excusa. Hoy en día, por suerte, disponemos de herramientas que nos dan acceso rápido a documentos de primera mano y a artículos de estudiosos. Los museos y los centros de interpretación especializados ofrecen discursos precisos. En el propio blog de Vila Viniteca encontramos excelentes aportaciones. Es apasionante la tarea que la Bullifoundation lleva a cabo con el proyecto Sapiens del vino para entender la evolución, contextualizar y divulgar el conocimiento.
Las Denominaciones de Origen, además de velar por la idoneidad de su producto, también deberían hacerlo por su pasado y para fomentar un conocimiento cultural y patrimonial de calidad. Las bodegas y empresas de marqueting deberían encargar estudios a profesionales que investiguen y auditen sus discursos. Las personas aficionadas al vino cada vez tienen más nivel, son más críticas y valoran la autenticidad.
Vamos a recorrer un breve viaje por algunos capítulos de la historia de la DOQ Priorat, donde llevo más de veinte años haciendo trabajo de campo y recopilando información. Veremos algunos ejemplos que nos ayudarán a entender la importancia de la investigación histórica con el fin de reconstruir el pasado y evitar interpretaciones erróneas. La historia es la que es. Es necesario entenderla, verificarla y si hace falta, perdonarla, pero siempre ser lo más fiel posible.
Los Cartujanos Partimos de la idea muy extendida de que los monjes Cartujanos procedentes de la Provenza introdujeron el cultivo de la vid, incluso alguno se atreve a afirmar que vinieron a El Priorat a plantar viña.
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Vamos por partes. La orden de los Cartujanos se estableció en el Priorat como señor feudal de la época, para difundir su espiritualidad y colonizar un territorio recién conquistado a los musulmanes. Esto fue hacia 1194, y las primeras noticias de presencia de viñedos en los actuales territorios de la DOQ Priorat aparecen en los documentos donde se acuerdan los límites de propiedad del monasterio. También en las cartas de población de Ulldemolins en 1166 o de Cabasses en 1185 se nombran plantaciones. Por lo tanto, todo indica que había viñas en tiempos de los musulmanes y antes de la llegada de los Cartujanos.
Como en todas las órdenes monásticas, el vino, además de formar parte de la alimentación diaria, era esencial para los rituales religiosos. Por esta razón, extendieron el cultivo y fomentaron su cultura. Aún así, era básicamente destinado al consumo interno. La confirmación de esta hipótesis la encontramos en 1600, en la primera Geografía moderna publicada y escrita por Pere Gil (1551-1662). El autor da una descripción bastante detallada de la economía en Catalunya. Habla de las principales producciones y hace un repaso de las principales zonas vitivinícolas, y el Priorat no aparece en ella. Gil solo habla del Priorat para elogiar los higos secos y la miel.
A los Cartujanos hay que agradecerles sobre todo la herencia de un manual. De hecho, era una libreta donde se anotaban las prácticas vitivinícolas con el fin de transmitir los conocimientos dentro de la comunidad. Las primeras anotaciones corresponden a 1629, periodo en el que el viñedo empieza a destacar por encima de otros cultivos. Las notas están redactadas en un català coloquial y bastante repetitivo. Su contenido no tiene desperdicio para entender las costumbres de cultivo y elaboración en el siglo XVII. Las formas de comercializar son una prueba más de la escasez de la producción. Lo principal era asegurar las necesidades de la comunidad y solo vendían los excesos a partir de San Jaime, momento en el cual ya podían prever cómo sería la próxima cosecha. Y un consejo “Y cuando vienen a comprar vino, en el caso que haya para vender, nunca dan del mejor para catar, sino el que más conviene vender”.
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El aguardiente El Priorat se empieza a especializar en el cultivo de la viña a partir de finales del s. XVII y a lo largo de todo el s. XVIII. La razón es poco glamurosa. Reus se convierte en la capital aguardentera del sur de Europa. Son los tiempos del famoso “Reus, París y Londres” cuando eran estas tres ciudades las que decidían el precio internacional del aguardiente. Holanda, en aquel entonces primera potencia mundial, tenía el aguardiente como principal bebida y necesitaba abastecer la numerosa flota y la incipiente clase obrera. Unas disputas con el gobierno francés convirtieron Reus, junto con Salou como puerto natural, en su principal proveedor. Los comerciantes necesitaban materia prima para transformarla en alcohol. Pronto se dieron cuenta que con el vino del Priorat extraían un aguardiente de mucha más calidad que con vino de otras zonas. La demanda y los precios fueron seguidamente muy superiores. Poco a poco se sustituyeron los cereales y otros cultivos por viña y se ganó terreno a los bosques.
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Hacían falta cuatro litros de vino para hacer un litro de aguardiente y un mínimo de dos destilaciones. Con el fin de abaratar el transporte, la primera se hacía en el Priorat. La segunda, en los almacenes de vinos de Reus en los cuales se adaptaba según los gustos del mercado. Un informe comercial de 1796 habla por sí mismo de cuál era la situación de la gente del Priorat: “Hace tres años que las gentes del Priorat están acostumbradas a vender sus vinos a 12, 13, 14, 15, 16 y 17 libras, con esto están llenos de dinero, carecen de necesidades”.
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Esta ventaja económica gracias a la superioridad de los vinos se mantuvo a lo largo del siglo XIX, a pesar de los conflictos sociales y políticos de las primeras décadas del siglo y la supresión de la comunidad de los Cartujanos. La desamortización de sus bienes, en 1835, puso en el mercado, mediante subasta pública, tierras vírgenes donde los nuevos propietarios plantaron viñedo. La riqueza del territorio fue en aumento, sobre todo a partir de 1840 cuando empezó el periodo social y político más estable.
Los tiempos de bonanza Así pues, la viticultura inició un periodo expansivo detenido de forma puntual por el ataque de unas nuevas enfermedades: el oídio y el mildiu. Pero en 1868 aparece en Francia la más terrible, la filoxera, que en pocos años se extendió rápidamente y malbarata las cepas de gran parte de Europa. Durante los treinta años que costó encontrar que la solución se hallaba en el injerto de la vitis vinífera europea sobre los pies americanos, los franceses se quedaron sin producción y requirieron importar grandes cantidades de vino para satisfacer la demanda interna. Catalunya, con las viñas todavía intactas, se encuentra en una situación inmejorable, y empieza así la llamada fiebre del oro de la viticultura catalana y un segundo gran momento de bonanza económica en el Priorat.
Los éxitos conseguidos por los vinos, las altas cotizaciones y la propia presión demográfica provocaron que se incrementase la extensión de la superficie cultivada. El paisaje se transformó a mayor velocidad que en el siglo anterior. Desaparecen prácticamente los bosques y todo se cubre de viña. Se construyen grandes bodegas y los pueblos crecen.
Si en el siglo XVIII el producto estrella del comercio era el aguardiente, en el siglo XIX lo será el vino. Los estudios de enología y química habían avanzado considerablemente. Ahora el vino podía llegar a grandes distancias en condiciones óptimas. El ferrocarril y la mejora de las vías de transporte ayudaron a enlazar zonas productoras con consumidores. La viticultura era el primer sector económico y desde la administración se hace un importante trabajo de divulgación. La creación de las estaciones enológicas o la organización de muestras vitivinícolas y de maquinaria son algunos de sus resultados.
Una de las exposiciones de ámbito estatal que más eco tuvo fue la Exposición Nacional Vinícola en Madrid, en 1877. Fue convocada por el Ministerio de Fomento sin escatimar en gastos en el momento de más euforia de los vinos españoles. El interés que presenta el certamen es la edición de un Catálogo y estudio que nos aporta numerosos datos sobre el cultivo, la elaboración y los productores. De los pueblos que en aquel momento se consideraban Priorat d’Escaladei asistieron unos cuarenta y dos expositores. La mayoría presentaban vinos tintos, rancios secos y dulces, malvasias de larga crianza, generosos y garnachas. Los vinos consiguieron un total de 168 menciones y todos los comentaristas estuvieron de acuerdo en elogiar la excepcionalidad de los vinos del Priorat.
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A pesar de los reconocimientos de la calidad excepcional de los priorats, los propietarios continuaron vendiendo el vino a granel a los comerciantes de Reus y Tarragona. Estas empresas empezaban tímidamente a embotellar, sobre todo vinos generosos, pero el volumen principal era destinado a cubrir las necesidades de los mercados franceses o a fortalecer los de otras zonas. Los precios eran altos y todas las partidas tenían salida. La gran demanda estimulaba las prácticas fraudulentas, y las características organolépticas de los priorats proporcionaban a los fabricantes sin escrúpulos margen para manipularlos.
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Las dos crisis Esta etapa expansiva se terminó bruscamente hacia el 1887 cuando Francia empezaba a recuperar la producción y, con la excusa de las adulteraciones, cerraron fronteras a las importaciones. Además, el Estado firma unos tratados que gravan considerablemente los vinos de alta graduación, como eran los de Priorat. Es en este contexto, con los lagares llenos de vino como resultado de cinco años de malas ventas, cuando aparece la filoxera en el Priorat en 1893.
Llegados a este punto también hay que hacer una reflexión histórica. A una dramática crisis económica se le sumó una catástrofe ecológica. A pesar de que el factor más visual y el que ha quedado en el recuerdo popular ha sido la muerte de las viñas, acusar únicamente a la filoxera del declive de una bodega o de un territorio, como leemos en infinitas historias del vino, es pecar de inexactitud histórica. Lo que arruinó el sector a lo largo del siglo XX fue la falta de previsión y de inversión cuando la conjuntura era favorable, la desidia de no apostar por la calidad, la permisividad de los fraudes, la ineficacia del gobierno y la inestabilidad social, entre otras. Como dice el historiador Andreu Mayayo: “la filoxera fue el tiro de gracia a una viticultura herida de muerte”
Los territorios de la actual DOQ Priorat sufrían más desventajas frente a otras zonas vitivinícolas. Muy castigados por la despoblación, había que añadir la dependencia de un único cultivo con difíciles posibilidades de hallar alternativas, la baja productividad de sus suelos, los elevados costes de producción y transporte, debido a la abrupta orografía y el mal estado de los caminos.
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La protección del nombre Siguiendo la experiencia de otras zonas vitivinícolas, los siete pueblos empezaron las gestiones para la delimitación geográfica y de una marca que garantizara la procedencia de los vinos. Después de muchas acciones, el 5 de septiembre de 1933 el Ministero de Agricultura publicaba la orden por la cual quedaba constituido el Consell Denominador d’Origen Priorat. El principal obstáculo fue establecer los límites territoriales. Muchos municipios expresaron su interés en participar y finalmente en el mes de abril de ese año se aprobó un proyecto que dividía las zonas de producción en dos: la denominada "Priorat Scala-Dei", que comprendía los siete pueblos que habían pertenecido a los Cartujanos, y otra de carácter más comercial, que se denominaba de forma genérica "Priorat".
El interés por parte de los comerciantes de incluir los municipios de Gandesa y Corbera dentro de la denominación de origen y la oposición del Priorat retrasó la propuesta. El estallido de la Guerra Civil en julio de 1936 interrumpió el camino hacia la garantía de la calidad enológica.
No fue hasta 1954, en pleno declive de la zona, cuando se retomaron las gestiones y, finalmente, se aprobó el reglamento. Aun así, era demasiado tarde para la recuperación socioeconómica del Priorat muy castigado por la despoblación y la crisis generalizada de las áreas rurales. El Consell Regulador no pudo responder a las expectativas generadas y a la reactivación vitivinícola. Tendrían que pasar treinta años para el reconocimiento internacional de sus vinos, pero ésta ya es otra historia, mucho más cercana y conocida por todas y todos.
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Para más información sobre el tema y referencies bibliográficas, consultar:
FIGUERAS, A. “Priorat: sino?nim de vi dins: VVAA, Priorat”. Editado por la Denominacio? d’Origen Qualificada Priorat y la editorial Lumberg. Noviembre de 2004. FIGUERAS A. Estacio? de viticultura i enologia de Reus (1907-2007). Cent anys d’histo?ria. INCAVI i Montflorit. Editors, Barcelona, 2007. FIGUERAS, A. i T. CASTELLO. Licors tradicionals, aiguardents i vins generosos al Priorat, Terra Alta, Ribera d’Ebre. Farell Editors, Barcelona, 2012 . Segunda edicio?n revisada y ampliada 2016. FIGUERAS, A. “El Priorat, solucions a la crisi vitivini?cola (1887- 1936)”. La Portadora (Revista de Estudios Sociales y Humanísticos del Priorat), 4, Falset 2020.
Anna Figueras Torruella Anna Figueras Torruella es antropóloga y museóloga. En la década de los noventa un trabajo de investigación la conectó con el Priorat. Se enamoró de él y desde entonces ha ido reconstruyendo su historia vitivinícola y la ha difundido a través de diversos artículos. La pasión por el patrimonio, el diseño y los espacios la llevaron a restaurar una de las casas más emblemáticas, Cal Compte en Torroja del Priorat (@cal_compte), convertida en alojamiento rural para compartir con amigos. Después de treinta años de experiencia en el Museu de Reus, ahora transita por la empresa privada (@labrida_culturadespais) creando nuevas propuestas para la difusión del vino (@creativinicola) y conocimiento del patrimonio.
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