Por Paco Higon

La historia moderna del vino valenciano comienza hace poco más de 100 años, en el puerto de Valencia, apagados ya los ecos triunfantes del vino Carlón y del Fondillón. Desde ese momento hasta prácticamente la actualidad la industria valenciana del vino se ha venido centrando en la elaboración de graneles que, contando con color y grado, se usaron tanto para reforzar los vinos tintos de Francia como también las elaboraciones de zonas bastante reputadas del norte de España.

Al igual que en otras zonas de la península ibérica los apellidos extranjeros pasaron a formar parte de las familias del vino, si bien es cierto, que en el caso valenciano los apellidos, fundamentalmente suizos, se centraron en la elaboración de vinos de pasto para exportar a mercados graneleros. Apellidos como Valsangiacomo, Egli o Schenk, pasaron a adquirir un enorme peso entre los viticultores, comprando cantidades enormes de la producción de uva y vino y condicionando, obviamente, las variedades a plantar para atender a las demandas de sus mercados, poco exigentes en calidad. Algunos de estos apellidos se siguen escuchando en la industria vitícola valenciana, como Valsangiacomo o como Schenk bajo su marca española, Murviedro. Los industriales locales también se sumaron a la industria, atraídos por un mercado granelero en expansión facilitado por la devastadora crisis de la filoxera en Francia. Así familias locales, como las de los elaboradores Gandia Pla o J.A. Mompó, ocuparon un importante espacio en este modelo vitícola alimentado por una notable expansión de la superficie de viñedo. Recordemos que Valencia fue uno de los últimos territorios españoles en verse afectada por la filoxera y, en consecuencia, vivió tiempos de frenética expansión mientras otras zonas peninsulares perdían su viñedo devastado por la plaga.

La Phylloxera vastratix no llegaría a suelos valencianos hasta entrado el siglo XX, los primeros avistamientos datan de 1902 y a partir de ese momento y hasta 1920 el fenómeno, como había hecho previamente en otras zonas vitícolas del viejo mundo, causó una enorme pérdida de viñedo que se ha llegado a cifrar en un 40% de la superficie previa a la crisis filoxérica.

No obstante, y pese a la perdida de empuje que ello representó, y con altibajos, muchas de las empresas citadas controlaron parcelas muy importantes de la producción autóctona de vino hasta bien entrados los años 80. De hecho a partir de los años 70 del siglo XX había una especie de oligopolio que controlaba el negocio exportador de vino, la denominada Asociación de Criadores-Exportadores de Vinos de Valencia, formada por Vinival (del grupo Bebidas y Bodegas), Gandía Pla, Cherubino Valsangiaco, Schenk y Auguste Egli.

Al modelo productivista se sumaron un buen número de cooperativas ya desde principios del siglo XX. Dichas cooperativas si bien representaron una alternativa para los viticultores a la hora de vender sus uvas fueron un elemento esencial para consolidar el modelo de “cantidad, color y grado” que, desafortunadamente, aún hoy es mayoritario en nuestras tierras.

Hubo pequeños hitos en el camino, como cuando Coviñas puso en  el mercado su primer vino de crianza, el Vino de la Reina, o cuando Gandía Pla comenzó a embotellar sus vinos bajo la marca “Castillo de Liria”, a principios de los años 70, todo un síntoma de los cambios que se avecinaban. Pero el cambio más radical viene, posiblemente, de la mano de la entrada de España en la Comunidad Económica Europea, era 1986 y nuevos mercados y nuevas perspectivas se abrían frente a la industria.

En dicho momento comenzaron a parecer conceptos vitícolas alternativos, elaboradores de tamaño pequeño, que controlaban todo el proceso, desde la viticultura a la enología y buscaban un cambio de paradigma. Pero tendríamos que esperar hasta entrados los años 90 del siglo XX para que llegara la primavera valenciana al vino de nuestra tierra. Aunque no fueron los únicos, alcanzaron un gran protagonismo en esos momentos 3 elaboradores valencianos empeñados en un cambio de modelo claramente volcado hacia la calidad, se les llamó Los tres mosqueteros, y son, la terna formada por Pepe Mendoza (Bodegas Enrique Mendoza), Toni Sarrión (Bodega Mustiguillo) y Pablo Calatayud (Celler del Roure). Sus 3 vinos top, Santa Rosa, Quincha Corral y Maduresa consiguieron algo impensable hasta la fecha como fue entrar en las cartas de los mejores restaurantes valencianos con la complicidad de una sumillería valenciana que comenzaba a abrir sus ojos a las posibilidades de los elaboradores locales.

El efecto llamada del éxito de los tres mosqueteros dio paso al fenómeno de los viticultores-elaboradores, una versión local del concepto francés de vigneron, y estas bodegas de pequeña/mediana dimensión comenzaron a extenderse como una mancha de aceite por las cuatro esquinas de la Comunitat Valenciana, incluyendo las tierras de Castellón de las que prácticamente había desaparecido la vitivinicultura. Algunos de los ejes de ese fenómeno se centraron en la revalorización de las variedades locales que habían sobrevivido a la etapa productivista; la monastrell en Alicante y sur de Valencia, la bobal en la comarca de Utiel-Requena y, algo más tarde, la Merseguera, sobre todo en la zona de Alto Turia. Posteriormente las iniciativas han ido más allá, y se han centrado en el trabajo con variedades no siempre bien consideradas, como la garnacha y, especialmente la garnacha tintorera y, sobre todo en la recuperación de variedades locales casi desaparecidas. Uno de los pioneros Pablo Calatayud con la mandó, pero luego muchos otros volviendo a trabajar las casi extintas forcallà, trapadell, bonicaire, tardana, valencí, arco…

En todo caso este es todavía un proceso incipiente en el que hay mucho trabajo pendiente con importantes flecos. Por ejemplo, definir con claridad los cavas valencianos y hacía donde deben ir, es una cuestión pendiente de gran importancia. El hecho de que buena parte de estos espumosos procedan de una única empresa elaboradora dota al cava de una importante debilidad estructural frente a un mercado en expansión que está afectando a la distribución varietal del viñedo valenciano, especialmente al de Requena, sin que aparezca definido un perfil propio y claramente diferenciado. También es importante pensar en el futuro de los moscateles valencianos, con una larguísima tradición en la zona. Las clásicas mistelas valencianas se aprovechan de algunas de las cualidades características de la variedad pero son, en la mayoría de los casos, elaboraciones sin riesgo y de personalidad exigua. Finalmente, resulta también urgente la recuperación del prestigio perdido de los fondillones, vinos de culto con un consumo marginal y que cuentan con el reconocimiento de los mejores sumilleres pero son ignorados por la mayoría de consumidores de vinos.

Referencia: En los excelentes trabajos del profesor de Juan Piqueras, de la Universitat de València, encontraremos una de las mejores fuentes de información y datos sobre la historia del vino valenciano. Cualquiera que quiera profundizar en su conocimiento del vino valenciano deberá necesariamente recurrir a su obra, tal y como yo he hecho.

Paco Higón Paco Higón es doctor en Economía y profesor de la Universitat de València. Cofundador, en el año 2000, de la web Verema.com. Recientemente ha conseguido el nivel 3 de la WSET en Vinos. Catador en diferentes concursos nacionales e internacionales tiene, además, centenares de posts sobre vinos en diferentes medios on-line. Desde el año 2016 es profesor del nuevo grado en Ciencias Gastronómicas de la Universitat de València, en el que también ha participado elaborando los planes de estudio de la titulación.