Por Cristina Cusí

Todavía vienen a mi memoria algunos de mis viajes buscando siempre aquel recuerdo que pudieras llevarte, que te evocara siempre el lugar donde habías disfrutado de un cúmulo de experiencias, de regreso a casa. Aquel souvenir ya podía ser de un ceramista, de un pintor, de un escultor, descubierto en un insólito rincón, de la forma más casual.

El recuerdo turístico no siempre tiene que estar vinculado al lugar donde se encuentra, pero normalmente denota rasgos del carácter propio de la zona, y se elabora de una manera sutil, con un estilo propio que lo hace distinto al resto, al menos el que me gusta y aquí aplaudo la obra del artesano. El artesano nace de la investigación del ser humano, haciendo uso de su ingenio, paciencia, técnica e inspiración y mediante sus propias manos intenta hacer más fácil y confortable su vida. ¡Ah! Y si lo puede acompañar con unas dosis de arte, pues mejor todavía.

Antiguamente, se definía el sabio como artesano, pues mediante las manos ponía el arte en tu mirada.  Normalmente de una forma familiar, el artesano transmitía sus conocimientos por herencia: el hijo se convierte en heredero-aprendiz y el padre en el gran maestro formador. Paciente, repetitivo, constante, esperando que la mejora con la repetición y la praxis con la misma técnica florezca en la perfección de una obra final. Lo que siempre he admirado es esta transmisión: la pasión que uno da y con la que el otro la recibe. Y, me pregunto: ¿por qué hemos perdido nuestros aprendices en el servicio? ¿Dónde ha quedado la conciencia de practicar y practicar hasta hacerlo bien y no tirar tan pronto la toalla?

Una rotura evolutiva de formación ha hecho tambalear a los restaurantes de manera notable y, a día de hoy, estamos huérfanos de artesanos al servicio y lo estamos aceptando como normal, hecho que me sorprende enormemente.

Últimamente estamos viendo cómo, alrededor nuestro, grandes artistas en las cocinas del mundo y artistas-chefs acaparan la atención mediática. Teniendo en cuenta que, en las cocinas, no mucho tiempo atrás no disfrutaban del mismo prestigio. Pero y los artesanos del servicio... ¿Qué ha pasado? Tenemos tan pocos ahora, y ¡¡¡había habido  tantos!!! Sabían de vinos, de protocolo, con idiomas, de cultura, de vida… En fin, de servicio.

La balanza del artesano con el artista se tiene que volver a equilibrar, pues es necesaria en el ámbito de la restauración para poder ofrecer con armonía una buena estancia al cliente. El uno sin el otro hace que no puedas llevarte tu apreciado souvenir, tu recuerdo, tu experiencia como viajero.

Parte de las grandes sorpresas cuando viajas es tener la suerte de encontrarte un artesano en el servicio, y mi reflexión responde al hecho de que, aunque sean seres en peligro de extinción sobre todo en lo que al servicio se refiere, todavía encuentras alguno por el mundo que te sorprende con su arte. Uno que no cierre por vacaciones por favor, uno que me ayude a decidir que ya no necesito los viajes y poder encontrarlo aquí. Porque el servicio se nota cuando uno lo lleva dentro, con la pasión de complacer a todas horas.

Y quizás tenemos que plantearnos aleccionar mejor a nuestros aprendices, los que empiezan desde abajo, dándoles la primera y la más complicada de las lecciones: la pasión. Y que sea desde el contagio, porque sin esto no se puede proseguir con el aprendizaje de nuestro gran oficio: la restauración.

Cristina Cusí Cristina Cusí es una apasionada de la restauración y, actualmente, ejerce como Food&Beverage Manager en la Escola Superior d'Hostaleria de Barcelona (ESHOB). Antes trabajó en los restaurantes Casa Paloma, Chez Cocó y Brown, y los hoteles Claris, Majestic y Casa Fuster, entre otros. En cuanto a la formación, destaca su titulación de Técnico Superior en Dirección de Servicios de Restauración y el posgrado en Gestión de Restauración y Hostelería. Desde hace años sus objetivos son aprender, trabajar y disfrutar con la hostelería, un sector que le permite continuar explorando y deleitándose con uno de sus grandes placeres, la gastronomía.