Rioja Oriental 2019 por Álvaro Palacios
Severidad que forja un carácter
Las condiciones extremas marcan el paso de una añada difícil que nuestras vides han sabido superar.
Llevamos tiempo comentando en nuestras notas de añadas la tendencia del clima a extremarse. Desde 2013 hemos subrayado las exigentes condiciones que el calor y la sequía están imponiendo sobre los viñedos de la Península Ibérica. Con el paréntesis del moderado y lluvioso 2018, los últimos años han sido tajantes, duros, inexorables. A la vez, nos han dado, como llamativa paradoja, el don de unos vinos pletóricos de expresión y vitalidad.
¿Qué explica el temperamento de vida y encanto que palpita en nuestras viñas? Es la intrigante afinidad de las vides con su entorno, conseguida con el tiempo y el trabajo de una viticultura que siguen el corpus de las antiguas prácticas.
Solo así podemos afrontar la aridez y las altas temperaturas que se han abatido sobre Rioja Oriental y, en general, sobre toda la Depresión del Ebro. En La Montesa y en Valmira las precipitaciones globales se quedaron algo por debajo de los 360 litros, cantidad escasa que ilustra una severidad acusada. Más aún, si tenemos en cuenta que buena parte cayó al principio de todo, en octubre de 2018, apenas finalizada la anterior cosecha.
El invierno transcurrió seco, sin paliativos. Y con picos térmicos insólitos, de más de 20 grados en pleno mes de febrero. Desde que tenemos datos no se había registrado un febrero tan cálido. En abril y mayo regresaron las lluvias, con algunos aguaceros típicamente mediterráneos que hincharon las mediciones pluviométricas.
Apenas empezado el verano vivimos un fenómeno fuera de lo común: una ola tórrida que entre el 28 y el 30 de junio rompió todas las expectativas con sus más de 40 grados y sus noches de insufrible calor, incluso en las laderas del monte.
Bajo circunstancias tan excesivos, las vides sufrieron como nunca. Y resistieron también como nunca. Es esa capacidad comentada, que surge de la armonía con el medio y del conocimiento vitícola ancestral. Una lección de adaptación, lucha y vida en las faldas del monte Yerga.
El verano transcurrió caluroso, si bien con temperaturas nocturnas, por fin, más normales. Tuvimos algún sobresalto meteorológico, como la gran tormenta de granizo del día 9 de julio. Las plantas fueron progresando con una especie de timidez intuitiva. Hemos comentado a menudo que parecían haber quedado “asustadas” ante la virulencia de las temperaturas del inicio del verano. Como defensa, generaron una cautela que las preparó para recorrer el ciclo con energía sobria y medida.
La recta final se desarrolló arropada de bienestar y salud. Nos dispusimos para una vendimia excepcionalmente temprana, que llevamos a cabo bajo condiciones ideales. La uva alcanzó una maduración fenólica equilibrada, completa, generalizada, por lo que pudimos recolectarla de forma progresiva, pautada según el nivel de acidez y azúcares de cada viñedo.
Mesuradas y frugales uvas para un vino de vehemente estructura
Las garnachas de Yerga han vivido el año más exigente y lo han superado con admirable lucidez. El fruto de su ánimo frugal, de su mesura sabia, es un vino que ya empieza a impresionar por su estructura y su acidez fuera de lo común. Uvas pequeñas, concentración protectora y el hermetismo de un ciclo difícil resultan en un impulso de sabor que no podíamos prever. Qué misterio y, a la vez, qué claridad.
Datos relevantes Precipitación anual: 356,6 litros. Temperatura media: 14,19 ºC. Humedad media : 62,51% Horas de sol : 4.454 horas.
Brotación : a partir del 23 de marzo en La Montesa y 1 de abril en Valmira. Floración : a partir del 7 de junio en La Montesa y 12 de junio en Valmira. Envero : a partir del 2 de agosto en La Montesa y 8 de agosto en Valmira.
Fechas de vendimia:
Plácet: 16 y 17 de septiembre. La Montesa: del 17 de septiembre al 8 de octubre. Propiedad: del 28 de septiembre al 3 de octubre. Quiñón de Valmira: 4 de octubre.
