Rumiando el paisaje en el Empordà
Por Anna Espelt
La viticultura forma parte del paisaje. Vemos las viñas verdes y, si miramos bien, también los vestigios de lo que hubo. De hecho, gran parte de nuestro paisaje está peinado por los bancales de las viñas que se construyeron justo antes de que la filoxera obligara su retirada.
El viñedo que tenemos ahora en el Empordà, a diferencia de otras zonas del país, no es un mar de cepas, sino que, a pesar de que se concentra en los terraprims, está esparcido en el paisaje. Este hecho que parece casual y poco importante es, para mí, uno de los temas capitales para explicar la viticultura como hecho y como herramienta y como paisaje de nuestra casa.
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Las viñas son fuentes de uva y, por lo tanto, de vino, esto es conocido; pero lo que puede y creo que debería hacer la viticultura en nuestra tierra es ir mucho más allá. Es necesario que nuestros viñedos sean sistemas agrarios de alto valor natural. Esto significa que, además de hacer buenos vinos que se puedan vender por el mundo con la cabeza bien alta, que además de dar trabajo y poder arraigar a la gente al territorio, hace falta que la presencia del viñedo en nuestros paisajes sea un fundamento generador de biodiversidad y resiliencia de nuestros ecosistemas.

Cuando una zona es un sistema agrario de alto valor natural no solo es agrario, sino que forma parte, con consciencia, del paisaje. Esto significa que la viticultura no solo será ecológica, sino que se trabajará con cubiertas vegetales y con la mirada no solo al vuelo sino al suelo y al entorno. Seleccionaremos variedades locales que necesitarán menos insumos y serán más sostenibles. Y los vinos que saldrán además de ser mejores, fruto de viñas felices, mejor adaptadas, representarán además el lugar de donde provienen y hablarán sobre quién las ha cuidado
La viña formará un mosaico con olivos, ganadería extensiva, regeneración de bosques de encinas y corchos, la conservación de la arquitectura rural de piedra seca y barracas. Los resultados son más biodiversidad, ecosistemas más resilientes al cambio climático y al fuego, y más nichos para que habiten más especies.
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Esta es la visión que los técnicos del Parc Natural de Cap de Creus nos propusieron hace casi veinte años cuando decidimos plantar en Mas Marés, la finca que tenemos en Cap de Creus. La música nos gustó, pero no ha sido hasta que el trabajo del día a día, de trabajar la tierra, de cuidar el entorno cuando hemos visto los resultados. Y lo que hemos visto es que no solo es posible, sino que es muy alentador y que a pesar de las dificultades –nosotros somos viticultores, y del resto de mosaico hemos tenido que aprender– los resultados son espectaculares, no solo a nivel de vinos y de viticultura, sino también en los otros ejes. Es por ello por lo que trabajamos junto al IRTA en el programa LIFE MIDMACC (mid mountain adaptation to climate change), para continuar aprendiendo y para ayudar a que lo que hemos aprendido por intuición se convierta en conocimiento científico.
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El siguiente paso ha sido llevar todo lo que hemos aprendido a las otras fincas donde ya tenemos viña, tanto en Vilajuïga –donde somos el corredor entre el Parc Natural de Cap de Creus y de los Aiguamolls de l’Empordà–, como también a las viñas que tenemos en Rabós, que lindan con el Parc de l’Albera. Son trabajos lentos, que vamos haciendo al ritmo de nuestras posibilidades y con la alegría que dan los resultados, aunque sean lentamente.
Esta alegría nos ha llevado, junto a la asociación Ceps de Cap de Creus y el Parc Natural de Cap de Creus, a pensar en un modelo de gestión en mosaico exportable a todo el Cap de Creus. Y donde en lugar de una gestión vertical (como la que hemos hecho como propietarios de Mas Marés) haya una gestión en horizontal donde, con más criterios técnicos y el conocimiento y el trabajo de la gente arraigada al territorio, podamos convertir el Cap de Creus en un ejemplo para el país de Sistema Agrari d’Alt Valor Natural. Creemos que es el turno que la viticultura, que en su momento modeló el Cap de Creus, vuelva en pequeñas dosis para hacerlo más rico y valiente.
Es por esta razón, el hecho que la viticultura ampurdanesa esté tan repartida, que le da un valor todavía mayor, ya que el modelo se puede exportar fácilmente a todo el Empordà, donde se podrían generar, a través del mosaico y de los conceptos de Espais Agraris d’Alt Valor Natural a prácticamente todo el territorio. Y, con adaptaciones, al resto del país.
En estos tiempos tan extraños donde el tiempo se ha detenido y la ruidosa arcilla de palabras que normalmente nos atenazaba ha callado, nos hace más evidente que este tipo de proyectos, que parecían románticos, son esenciales para la supervivencia no solo del paisaje sino para la de nuestra especie.
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Proyectos que no se hacen de un día para otro, donde los tempos son largos y los resultados no son pérdidas y ganancias. Donde los payeses, los que vivimos de y para la tierra, nos responsabilizamos de cuidarla más allá de los límites de nuestro campo. Donde los que bebemos vino decidimos cada día qué tipo de paisaje queremos. Para nosotros y para los que vendrán.
Anna Espelt Anna Espelt es viticultora. Su familia por parte de padre son viticultores desde hace más de ocho generaciones. Estudió biología y enología e hizo un MBA. Ha trabajado en California y en Australia. Ahora dirige la bodega familiar con el viñedo y su relación con los ecosistemas que lo hacen posible y que lo rodean como prioridad. Actualmente trabaja 160 Ha básicamente con variedades locales y procura que sus vinos transmitan amor por el Empordà, amor por la Tierra, amor por la gastronomía y amor por la vida.