La silenciosa sabiduría de la naturaleza se nos escapa entre las manos, acaso rozando apenas sus razones. 2019 ha sido el año más difícil de todos los conocidos. Un año marcado por una sequía histórica, un año de sed y calor que terminó, en un giro maquiavélico, con grandes lluvias en vendimia. ¡Tan poco durante todo el año y tanto al final! La ausencia y el exceso.

La viña es fuente de inagotable generosidad y esfuerzo. Viñas que, contra toda razón, nos entregan una bondad incomprensible, como si de una madre se tratase. No es un año para mentes cartesianas. Nos sentimos pequeños ante la grandeza del Universo y el cielo estrellado. Un año que nos vuelve a recordar nuestro papel secundario. Viñas capaces de adaptarse y destilar finura a pesar de todo, con todo y por encima de todo. No paramos de sorprendernos.

Otoño sosegado y lluvioso, invierno cálido y luminoso. La primavera despertaba con una brotación temprana, que fue seguida de días muy fríos en abril, con una nevada el día cinco y una fuerte helada tardía el día veinte y cinco. El viento trajo una floración irregular y después llegó la sequía. La mayor sequía que hayamos visto. Ni una gota desde el cuatro de mayo. Los robledales tornaban a marrón a finales de junio y el verde fragor de los castañares respiraba mustio en tierras agrietadas. El ganado agrupado bajo la salvadora sombra de la encina. La calima ensordecía nuestros ojos. Calor a plomo.

Bayas mas pequeñas e intensas que nunca, perfumadas y sabrosas. Una vendimia adelantada y, entonces, a mediados de septiembre, entonces, llegó la lluvia. Día tras día lloviendo durante mas de una semana, e inmediatamente después, mucho calor otra vez. El trópico de Gredos. Como si de un granizo silencioso se tratase, las bayas se hincharon primero, después se agrietaron en el interior del racimo y acto seguido se deshidrataron, todavía verdes en algunos casos.

Cultivamos sabor. Cultivamos paisaje. Trabajo diario, constante, obstinado y preciso en la viña. No recuerdo un año donde hayamos trabajado más y mejor, una vendimia más exigente, una vendimia donde hayamos sido más meticulosos, ni tampoco recuerdo ver al equipo más unido. Marineros en mitad de la galerna, alpinistas en la frontera del oxígeno, allá en donde te juegas el ser o no ser y tu compañero y el coraje son tus mejores aliados.

Una añada que tiene recuerdos de los últimos años impares en Gredos. Cuando el limo se compacta, aprieta la raíz y nos ofrece un tanino más secante y tizoso. Un tanino que nada tiene que ver con el raspón, pero sí con nuestros suelos en añadas secas. Una materia para guardar y pulir. El rico fruto con espinas.

Y ahí, en condiciones extremas, hay dos viñas que siempre muestran su mejor cara: El Reventón, acostumbrada al calor de Cebreros, parece entender mejor la sequía y sus suelos de pizarra, con algo mas de arcilla en el interior de la roca, equilibran el jugo como si se tratase de un gotero. Y Rumbo, como una isla del norte en mitad de la península. Impasible. Aquí el limo gris de profundidad ofrece una reserva hídrica vital que hace única a esta viña. Agua y hojas de un verde rabioso para un verano extremo. Un vino fragante, ligero, mas etéreo que nunca, con el carácter de Umbrías o de un poulsard del Jura, si se permiten las comparaciones para explicar el perfil del vino. El menor atisbo de calor. Granito líquido y aire.

 

Fechas de vendimia y producción:

El Reventón: 26 de septiembre, una barrica de 500 litros. Cantos del Diablo: 27 de septiembre, un fudre de 1.200 litros. Tumba del Rey Moro: 28 de septiembre, una barrica de 700 litros. Las Umbrías: 29 de septiembre, un fudre de 1.000 litros. Las Iruelas: 1, 2 y 3 de octubre, un fudre de 1.400 litros. El Tamboril (blanco): 1 de octubre, una barrica de 300 litros y una damajuana de 54 litros. El Tamboril (tinto): 2 de octubre, un fudre de 1.000 litros. Rumbo al Norte: 4, 7 y 17 de octubre, una barrica de 700 litros.

Apenas hay unas pocas botellas en una añada muy corta. La singularidad de la escasez azotada por el polvo de las tierras áridas. Entre las rocas, allá en la frontera, donde se alza la garnacha para ofrecernos su escaso fruto lleno de vida, energía y frescura. Nadie mejor que ella entiende estos años mediterráneos. Siempre erguida, siempre orgullosa de su condición, como un baluarte desde el que divisar la tierra prometida. Los 2019 son un grito de rebeldía ante la sequía. Vinos que necesitan tiempo, vinos para ser escuchados cuando la viña se alce por encima de la añada.

Respiramos satisfechos y esperamos la siguiente añada con mas energía que nunca.